Una novela profundamente antitaurina en una España clasista, santurrona y miserable.
Tras ‘Japón‘ y la brutal ‘Cañas y barro’, sigo con mi ciclo monográfico de lectura dedicado a Blasco Ibáñez. En ‘Sangre y arena’ – publicada en 1908 – pensaba yo encontrar algunos de los pasajes más reconcentrados de la historiografía literaria de Lo castizo (en mi larga investigación sobre este término que llevo desarrollando ya… ni me acuerdo). Me enfrentaba a uno de los núcleos duros de significados e imaginario al respecto: el universo taurino. Pero lo que he encontrado es aún mucho mejor.
Blasco va desgranando diferentes cuadros costumbristas españoles con la minuciosidad de un documentalista (al estilo de ‘España Negra’, el alocado viaje gonzo de Emile Verhaeren y Darío de Regoyos), la negrura de una Cristina García Rodero, y la pasión una de las mejores plumas de la literatura española. Blasco escribe viscerales pasajes sobre la semana santa, las novilladas de los señoritos, o la preparación del torero antes de salir a la plaza (¡magnífico arranque del libro!) que bucean en el alma para quedarse pegados en ella, porque consigue que más que leerlos, los experimentemos.
Como todo buen libro, combina argumento narrativo, afilado retrato verista y lección moral. Sobre una historia de auge y caída, y sobre el testimonio de la sordidez de la España de principio de siglo – taurina, clasista, santurrona y miserable -, Blasco rubrica un relato sobre la ambición y el miedo.
¡Ah, es verdad! Hay historieta romantica por en medio, aunque no se cuente ésta entre una de las razones principales para leer la novela. Sin embargo, es la que da pie a la adaptación de la novela al cine en tres ocasiones, y (¡bizarrada!) la última, protagonizada por una noventera Sharon Stone que hasta se mete rayas.
Por si fuera poco, ‘Sangre y arena’, en contra de lo que pueda parecer, es profundamente antitaurina. Conduce la fidelidad estricta con la que describe los entresijos del universo taurino, hacia un sentimiento de asco y rechazo. Un juego difícil del que Blasco sale por la puerta grande.
Fantástica, pues, ‘Sangre y arena’ aunque siga quedándome con ‘Cañas y barro’, gran guiñol sin concesiones sobre las relaciones intergeneracionales y el entorno rural.
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